El peor pecado para con nuestras criaturas amigas, no es el odiarlas,
sino ser indiferentes con ellas, esa es la esencia de la inhumanidad.

*George Bernard Shaw

sábado, 7 de febrero de 2009

LA VUELTA DE MICHICATS


Supongo que no me habrán olvidado, soy yo de nuevo, Michicats de Palacios, una gata como ninguna. Ya ha pasado algún tiempo desde mi otro cuento y tengo algunas novedades para contarles.
Sigo viviendo con “ella”. Estoy totalmente aclimatada en esta casita, bueno, es una manera de decir, más bien, ¿les cuento un secreto? es toda mía, mi territorio, yo soy la que manda. Duermo donde quiero, incluso en su cama, tengo mi canasta floreada y mis sitios preferidos se respetan.
Como soy friolenta si prende la calefacción, me pego al radiador, tanto que ella cree que me voy a chamuscar los bigotes de lo cerca que me pongo. Y si lo apaga, me deja la bolsa de agua caliente al lado mío para que yo no pase frío. Situación controlada, como verán. ¿Da envidia, no? Tengo comida, agua, mis juguetes y aunque el barbudo sigue viniendo, ahora lo hace muy de vez en cuando y solo por control y vacunas. Tan de vez en cuando, que el otro día hasta me puse un poquito contenta de verlo y decidí no arañarlo… mucho.
Estoy muy sana y saludable –un poco gordita, pero bueno- y me subo a algunos muebles para sentirme una gata ágil, aunque el otro me caí por alardear. Tengo la “casa tomada”, pero hasta hace unos días la tenía tomada solo cuando estábamos ella y yo. Y aquí les paso a explicar.
Si venía alguien de visita, yo hacía “mutis por el foro”... (creo que se dice así cuando desaparecés). Me iba, si me daban tiempo me metía debajo de la cama grande donde hay un simpático chaleco rojo de lana y me acomodaba ahí a dormir y esperar a que se fueran. Si no me daban tiempo, me metía abajo del diván del living. Ahí me acomodaba apretadita arriba de alguna caja de libros (ya espié) a esperar que la visita se retire de mi casa.
Pero esto cambió hace poquito. Yo realmente creía que las visitas eran para ella exclusivamente y que yo no nada tenía que hacer ahí. Es más, no me gustaba en lo más mínimo que vinieran y esperaba ansiosa a que se fueran. Pero no sé porqué su hija Laura, aquella que me incitó hace ya unos años a salir por primera vez, empezó a venir casi todos los días. Y para colmo, no viene sola, -yo ya me di cuenta-. Algo trae adentro que crece día a día, lo siento cuando se mueve y cuando nada dentro de ella. Yo sé enseguida que es ella porque los siento a los dos.
Y ¿a qué no saben?. Cada vez que llega pregunta por mí. Sí, por mí.
-¿Dónde está la gata?. ¿Por qué se esconde?- dice.
Y no sé cuántas preguntas más, pero eso no era todo: se agacha y mete la mano debajo del diván del living y me descubre siempre. En realidad, porque yo me dejo descubrir… claro. Sí, me encuentra y me acaricia la cabeza y mis orejitas. Y aunque me hago la arisca, debo confesarles que me encanta.
Ahí estaba ella pasándome la mano suave y hablándome a mí.
-¡Hola!, ¿cómo te va? –decía. ¿Qué haces ahí debajo? Vení que te peino...
-¡Dale, salí!
Empezó a pedir mi cepillo y mi peine y... bueno, cuando sentí que tenía la bolsita con las cosas para acicalarme, salí y empezó a cepillarme y a peinarme con mucha dedicación. Laura me peina largo rato y mi pelo empezó a estar cada vez más lustroso y mientras lo hace me habla a mí. Hasta me trajo juguetitos, un día me acomodó la silla al lado del radiador y el otro día hasta me convidó de su postrecito… y con eso me compró del todo.
-Ah, -dice también: Ahora se queda a ver qué hacemos. -¿Cómo andas, Michi? ¿Te gusta el pollo? Y me troza un pedacito que sí, me gusta mucho. -¿A quién no?
Incluso se quedó el día que vino el barbudo, yo creo que para defenderme de que no me hagan nada que no me guste… y así descubrí que venía a visitarme a mí también. No la viene a visitar a “ella” solamente, además quiere verme a mí. No deja de preguntar por mí hasta que salgo y soy parte de la visita en las charlas y en los juegos.
Entonces ahora cuando llega mi instinto me suele jugar una mala pasada y corro a esconderme, pero en cuanto escucho su voz y me doy cuenta de que se sienta y empieza a preguntar por MichiCata (me dice así y de mil maneras más), salgo y ahí me quedo. Cada día está más panzona, pero es por ése que se mueve dentro todo el tiempo y que yo siento perfectamente.
Laura me peina, me habla y también jugamos, jugamos a que yo la araño y esas cosas, y la mayoría de las veces a mí se me escapa alguna uñita y se lleva un par de buenos arañazos. Me reta pero no se enoja, y eso también me gusta. Me siento parte de la visita, Laura NOS visita. Nunca había sentido eso, y la verdad es que me hago la huraña, pero les debo confesar que me encanta saber que me visitan a mí también.
Incluso un día le dijo a ella que yo debía sentir que las visitas eran para las dos, para ella y para mí, que somos las dos dueñas de casa y últimamente, probé aparecerme con otras visitas: la chica que vino a estudiar el otro día, otro barbudo que ingenuamente piensa que salgo solo porque es él, una vecina o dos y más gente. Y, ¿saben qué? Me parece que Laura tiene razón, NOS visitan y como la casa es mía también, debo portarme como una buena anfitriona, ¿no creen?
Ahora descubro además que tampoco es de “ella” sola el correo electrónico, ya recibí varios e-mail que me dicen que les encanta mi nombre y apellido. Y para que lo sepan, una Fundación re-importante publicó mi historia en una “plaqueta gatuna” y la repartió por todos lados.
Bueno, para los que lo quiere ir sabiendo, Michicats de Palacios sigue siendo una gata como ninguna, la mejor de todas y está recibiendo visitas en su propia casa. Pueden pasar cuando gusten. Se piden la dirección y se vienen a verme… Los espero y me despido hasta la próxima.
Michicats de Palacios

(*)Fuente: María Mercedes McLean

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